No quiero ser una Diosa. Te cuento mi experiencia en torno al concepto de Isvarapranidhana (Rendición a lo divino).
Sin darme cuenta, un día abandoné a Dios. Y al abandonarle, me abandoné a mí.
Años después colapsé y pude darme cuenta de que me había alejado de algo imprescindible, mi espiritualidad.
Me alejé del cristianismo, por mera superficialidad. No entendía cómo podía haber pobres en la puerta del Vaticano o cómo algunos curas podían presumir de lo cómodo que era que se lo pagaran todo. Juzgué y mucho. Sencillamente, era una ignorante.
Años después, sin darme cuenta, me acerqué a las filosofías de Oriente y entré profundo, en especial en una de ellas cuyo origen parecía muy alejado de mi país natal. Esta cosmovisión es el yoga.
El primer mantra que practiqué porque sentí una gran conexión fue “So Ham” que significa “Yo soy Él/Ello/Dios», y así fue mi camino en el yoga hasta hace menos de un año, bajo la creencia de ser una porción de la Fuente, algo que me hacía sentir invencible. Un mantra poderoso que puede confundir si no lo comprendes bien.
Un mantra que sin entender el concepto que nombro en el siguiente párrafo me hizo perderme.
Y mucho…
Ishvara Pranidhana es un concepto clave de esta filosofía, pero muchos yoguis modernos le quitan importancia o no lo asocian a su significado etimológico: “Rendición a lo Divino”.
Pasé años creyéndome que era una Diosa, luchando contra y para integrar mis demonios. Hoy le entrego mis torpezas e ignorancias a algo infinitamente más grande que yo.
No pretendo sanarme a mí misma; él es el único que puede. Yo solo haré lo que esté en mis manos.
Shiva en el Tantra, una de las filosofías madres del Yoga, es reconocido como el masculino de la divinidad: la conciencia; el polo femenino es Shakti: la manifestación y energía creadora, lo que permite que la conciencia se experimente. Sé que estos términos pueden sonar a chino si estás empezando con el yoga. Y puede que este post no sea para principiantes o quizá sí; yo no pretendo que nadie piense como yo, no lo necesito; esto es un testimonio que registro para dejar constancia de que para mí hay algo más por encima, algo supremo, algo más, y me disculpo por no haberlo tenido en cuenta antes al nivel que merece.
Le ruego que la luz de mi corazón se inunde de paz con su benevolencia, porque siempre seré su hija y él mi padre. No quiero ser una diosa.
¿Y dónde queda el yoga? Un mes después de la crisis espiritual más grande de mi vida, en la que me planteé dejar el camino que hasta ahora me ha resonado, siento que todo es perfecto tal y como es.
Yoga es unión, y para mí es unión con todo lo que es y con Dios, con todo lo que existe y con algo más grande que no podemos ni imaginar, ni poner nombre.
En estos días de grandes dudas, ha sido bello ver cómo otras personas que han elegido el yoga como estilo de vida y/o filosofía también creen y caminan con Jesús; otras al posicionar su fe del lado de Cristo acabaron dejando el yoga o viceversa. Otras jamás creerán en ello, y todo está bien, si eso les trae paz. La paz es el termómetro. Múltiples son las opciones y nadie podrá asegurar cuál es la correcta.
También, me gustaría citar unas palabras que me dijo mi amiga Susi cuando seguía inmersa en el pozo de la confusión, el miedo y la duda: «Somos una fuente infinita de luz y amor».
Creo que no importa cuál sea tu camino si lo vives recordando eso, y si te acercas a lo que te hace conectar con esa claridad interna.
Yo solo comparto lo que para mí ha sido una gran comprensión de qué y quién es Dios realmente y lo muy insignificante que soy a su lado. La humildad es la gran enseñanza. Y es que se habla mucho de «rendición» cuando hacemos una Savasana o una activación de Kundalini, un soltar lo que no podemos controlar, rendirnos… pero siento que hay algo más que habla de ser humildes sabiendo que somos solo algo muy pequeñito.
En mi caso, hace un tiempo tuve una experiencia con plantas maestras que cambió mi vida y me acercó a Dios; literalmente sentí que Dios penetraba en cada célula de mi ser. No vi la cara de Jesús, ni nada parecido; me fundí con algo inmenso, sin principio ni final, con una fuerza incalculable, me expandí en una felicidad de un nivel inmedible, un amor sin límites, un placer imposible de experimentar en este plano, algo que se parece demasiado a la teoría de la Unidad del yoga. Esa experiencia es una de las piezas fundamentales que me mantienen en este camino. Un camino que me permite simplemente ser, un camino que es abierto a todos, sean cuales sean sus creencias, y que además me permite darme a mí misma el permiso de ser irreverente con mis propias creencias y conceptos todas las veces que lo necesite. Eso es libertad en una ideología.
Ahora le abro la puerta a no saber qué es eso que sentí; quizá Jesús sea eso, o quizá incluso esté por encima de esa experiencia. Lo que siento dentro de mí es que siento la divinidad de nuevo conmigo y eso ya no puedo negarlo. No quiero creerme más una Diosa.
Todo lo que obro viene de Dios, y todo mérito se lo entrego a él. Nada es de mi propiedad, todo es suyo.
Solo puedo hablar en presente:
El yoga es mi camino y Dios mi destino.
Me rindo.
Gracias.